Bachelard

GASTÓN Bachelard
la dialéctica de la duración

El romanticismo de la inteligencia de un pensador que se consideraba un "filósofo rural"

En la obra “La dialéctica de la duración” Bachelard piensa ‘contra’ los conceptos de otro autor: es Bergson su opositor. A la identificación bergsoniana de la duración (la durée), a la continuidad, Bachelard opone la discontinuidad, fundamenta así la temporalidad en la noción del instante, encontrada en Roupnel. La falla de Bergson será la de no haberse instalado en la fluidez de la duración, con ello establece una falsa solidaridad entre el pasado y el futuro, en la línea de la intuición del pleno.

Ahora bien, según Gastón Bachelard, es necesario pensar la nada, el vacío y la laguna, de modo que se acepte el riesgo absoluto y el vértigo que nos atrae hacia la novedad, la nada y la muerte. Al ‘vitalismo’ de Bergson, Bachelard opone el pensamiento dialéctico que opera en la unidad tejida de contradicciones, donde pensar implica el propio acto de ruptura con el pensamiento ingenuo y donde el conocimiento solo puede nacer de la lucha contra el obstáculo empírico. Al ‘sustancialismo bergsoniano’, Bachelard opone la ‘problematización’ de lo real, de modo que éste se construya y no se viva simplemente.

Bachelard se distancia, en ésta óptica, de una filosofía de lo ‘positivo’ para acoger lo ‘negativo’, esto es, hacer del pensamiento un acto que dice no a los puntos fijos, al pensamiento inmovilista. La dialéctica bachelardiana es oscilación entre el ser y la nada, entre la realización y la aniquilación. Lo verdadero aparecerá, súbitamente, al frente de un mundo de errores; lo afirmativo, sobre un fondo de negaciones. La experiencia refinada nos conducirá al ritmo de los ‘síes’ y de los ‘noes’, a la vida efímera, tentada, rechazada, retomada. En suma, hay una dualidad básica de temporalidad que hace de la hesitación algo ontológico; se concibe al espíritu como un “factor de comienzos”, por lo tanto, dialéctico, según Bachelard, en el que la intuición, diferentemente de Bergson, no podría aclarar la búsqueda primitiva, pues, antes de aquella, está el espanto.

Espectáculos familiares

La ‘invención’ aparecerá en ese texto como un rejuvenecimiento perpetuo, un método y una ciencia del deslumbramiento que lanzan una mirada maravillada a los espectáculos familiares. Esa ‘familiaridad’, sin embargo, sugiere Bachelard, solo puede recuperarse en la medida en que entra en ese ‘ritmanálisis’, (análogamente al sicoanálisis), en la línea de la radicalidad de esa apertura del ser hacia lo que es intermitente, discontinuo, extraño. El modelo aquí, claro, es Proust, el creador de las intermitencias del corazón, del ser y del tiempo.

En cuanto a eso, las figuras más estables se anclan en un desafío rítmico, en una “armonía discordante”, irrupción del desorden fundamental de las diferentes series temporales. Como en la propia narrativa proustiana, que acoge instantes privilegiados, ligados por relaciones de analogía entre los personajes y las situaciones, por construcciones de escenas a través del espejo, colocando al descubierto el ritmo interrumpido y discontinuo del tiempo. Lenguaje del artificio, que acoge la dialéctica en su trama.

Como dice el mismo Gastón Bachelard en “Dialéctica de la duración”, en oportunísima hora traducido para el lector colombiano (y no solo para el lector de filosofía, lego también, que en ésta obra entrará en contacto con una de las concepciones más fascinantes de temporalidad ya concebidas): “Ser poeta es multiplicar la dialéctica temporal, es negar la continuidad fácil de la sensación y de la deducción; es negar el reposo catagénico para acoger el reposo vibrante, el siquismo vibrante”.

Nacido en Barsur-Aube, en el interior de Francia, en 1884, y murió en París, en 1962, Gastón Bachelard gustaba de verse como una especie de “filósofo rural”: podía vérsele paseando por los campos de Borgoña, con su gran sombrero negro, como un jefe muy antiguo de la tribu humana, los temas de meditación de la frugalidad de la existencia, de la poesía, de la naturaleza, del sueño (“El sueño no es un fracaso de un élan, sino si continuación”), del trabajo del pensamiento, formaban lo que Jean Hypolithe llamó “romanticismo de la inteligencia”, una epistemología proliferante, abierta a todos los objetos.

“La humanidad es la única que tiene el poder de despertar a sus propias fuentes”: ahí lo que ese hombre, que vivió casi toda la vida teniendo como única compañía a su hija, con quien compartía el silencio, la meditación, la propia suavidad, lo que entendía por las tareas del pensamiento. Una fenomenología original, u originaria: “Depende de nosotros, de nuestra laxitud o de nuestra valentía, decidir si el mundo ya está terminado o solo comenzando”[1].

            








[1] Felício, Vera (1988). Bachelard: um “fator de começos”. En: Leia, n. o 116, junio.

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